miércoles, 22 de agosto de 2018

Les vi levitar



Les vi levitar, negra la calavera.
Flotando sobre la mía, en sinuosa trazada
Negros los vi brillar, de los dientes, su cuchilla afilada.
Vi los anzuelos colgando de sus pendones sobre mi cuerpo inerte,
Llamando a la puerta de mi vida como quien llama a su propia muerte.
Y en la letanía y en la obscuridad del ser del que nace este obtuso verbo
No encuentro sino la mágica noche maldita de tan aciagos acontecimientos.
Mas no por dejar de cavilar sobre añejas obcecaciones,
Cedí mi último aliento, que no era más que vapor de agua sobre un banco del parque.
Y allí me dormí, fruto de las miradas perdidas, de las caricias adolescentes
De transeúntes testigos de este amargo indigente.
Les vi flotar y flotando sobre mí, me dijeron:
“El peso de tus cadenas has de soportar y soportarás, pues por no ser pez de buena carnada, ni fruto de tibia pulpa, no habrá nada de ti que podamos explotar”
Negro. Negro el suelo. Negra la lumbre.
Negro. Negra la noche y más negra la luna, si cabe, en su lejano brillo.
Levitando les veo, les veo venir. Traen en el letrero el nombre de un rey judío y reza: venimos a por ti.
Por no ceder, por no caer, por levantarme a cada sacudida.
Por no dejar que el paso del tiempo decida.
Sobre la cruz que portan, un rugido de la masa adormecida me estremece al oír:
“No eres nadie, nadie luchará por ti”
La calma que espera en esta tensa sala de operaciones, la cirugía del alma en aras de una sociedad limpia.
Mas no moriré en vano y en mi recuerdo, navegaré por el mar de dudas de los que atrás también quedaron.
Por los que tiempo atrás, sobre ellos también levitaron.
Mañana seré la brisa, seré el sol, mañana. Mañana. Y con ella la esperanza. Con ella romper las cadenas que te atan, hermano. Mañana y el cielo teñirá de rojo esperanza, el color de las praderas de sus viudas plañideras. Y no habrá rayo de luna negra que pueda hacerles levitar, pues perderemos el miedo a perder. Miedo. Y el miedo tornará de otro color. El miedo levitará sobre los que levitan. Y la herrumbre oxidada sobre el esquife de este bote a la deriva, derribará muros. Y derribará imperios. Y pondrá sobre la liza las cabezas de los cuervos. Y ya no se levantarán de nuevo, no trazarán círculos concéntricos, no se repartirán el pan para diseñar el circo. Sólo entonces, una neblina desatada de gente en la calle, tomará el control de esta inerme tierra. Tierra plana. Tierra fértil. Tierra esférica. Tierra y más tierra. Y se labrarán campos verdes y se recuperará la energía.
Pero mientras ese día llega, ellos levitan y levitarán.
Seguiremos viendo sus pechos henchidos por la ponzoña. Seguirán temblando las piernas de aquel que con el fruto de su trabajo, construye su chalet.
Y yo, fruto maduro, más negro que el hollín, cierro los párpados al fin.
Con la esperanza de que los pueblos unidos luchen por nosotros, por ti.
Con la esperanza de ver otra vez con orgullo ver lágrimas de dignidad arder
En las mejillas de aquellos que, por perder las cadenas, vieron imperios caer.



martes, 22 de mayo de 2018

Balas de plata


Mire donde mire, solo veo ceniza donde debía haber fuego. Veo rostros repletos de ausencia de la vida, irradiando desde las cuencas de sus ojos, vestigios de luna. Noto a cada suspiro la mirada inerte de los que se mueren por no querer vivir. Mire donde mire, sólo veo la tormenta pasar de largo ante mi costa. Nadie perturba la calma que me adormece, nadie hace un ruido que me despierte. Vivo en esta eterna cueva rodeado de mí mismo, haciéndome tropezar contra las cuerdas. En el alambre todo se ve mejor.

Me despierto y busco razones. Me levanto de la cama y espero un milagro. Tu sonrisa, mi almohada, fin. Me abandono a mi propia suerte, soy mi jergón sin acompañar. Sólo él, solo yo. Pienso que así está bien, que no debería importar. Pienso que todo está demás cuando nadie te hace brillar; me vuelvo a mirar al espejo y vuelvo a temblar.

Por llenarte la piel a besos, Libertad, la mía acabó hecha girones de tiempo sobre un reloj parado, saliendo volutas de humo a cada segundo no vivido. Y mientras caía al suelo la verdad más pequeña de todas, la mentira más grande del Universo, yo descubría sobre mi imaginación tu cuerpo desnudo sobre el mío. Ahora debo contemplar cómo el mundo te hace sombra desde una óptica tan diminuta como el significado mismo de estas frases. Debo permanecer en silencio mientras observo cómo todo lo demás dice estar bien.

Y sé que te irás. Y sé que no volverás. Todo dispuesto para disparar con balas de plata a este ser cansado de aullar a la Luna. Por acabar con esa mente que formulaba:
¿Qué tendrá la muerte que todo el que la prueba no vuelve a vivir?

En este páramo gris donde la lluvia no me moja incluso lloviendo a diario, me siento en mi nube y empiezo a dibujar cómo sería el todo sino lo hubiésemos convertido en nada. Si hubiésemos reaccionado a tiempo para salvarnos del desastre. Pero mire donde mire, sólo veo ceniza, sólo veo Luna. Sólo veo la plata: tu plata camino de mi sien.

2018



martes, 28 de noviembre de 2017

Mi vieja calavera

Eclipsado en recuerdo de tu negro sol de invierno. Creando la tensa calma de la cuerda del reloj, atravesando con sus latidos la frontera entre volver y marchar, te vi llegar. Fuera del soneto temporal, la corriente lleva a dos cuerpos nimios a ocupar un espacio finito, conjunción de matices a la hora del alba; entre los muertos de tus caricias, uno se levanta portando un estandarte con una negra calavera. El resto, mira y atiende con obsesión como clavas en mi cuerpo tus labios azules de muerte. Tus labios azules de hiel y ponzoña. ¡En un segundo, nace la nada y muere! ¡En un segundo, se llena el espacio y después se evapora! En un segundo cabe una explosión. Un cruce de miradas, unas manos recorriendo una espalda. Su cuerpo sobre el mío. Fin.

Y mañana volver a nacer, reafirmando la idea que en este triste mundo, lo único maravilloso sea del mar las olas que puedan destrozar la humanidad. Y otra vuelta más en el colchón mientras el mundo, ajeno, se viene abajo en nuestras cabezas y quedamos encerrados en la luz que hay debajo de la piel. Girones de recuerdos que tiñen de salado el humor en los ojos de aquellos que quedaron atrás, con sus miembros cercenados tras tu montería. Yo, que me creo vencedor, involuntario de mi me sonrío y pienso que no va a salir bien.

Palabras dormidas en el zaguán de algún lugar lejano, empapados en sudor por las estrellas que observan, que juzgan, que mienten, que ríen y se entretienen. Mar en calma, paisaje funesto, roto lo demás ya sólo quedó lo nuestro. Y lo nuestro no fue, ni existió. Y lo nuestro jamás tuvo vida, porque tras nacer murió y al morir, también expiré yo. Quedando después tendido y frío en un renglón a parte dentro de mi inerme salón.

Y al día siguiente ya no está y ya no queda nada. Y me encuentro, frente al pelotón de muertos portando el negro estandarte que atraviesa con tibias mi calavera. Y me encuentro conmigo mismo, frente al espejo, volviendo a sentirme viejo en sentimientos pero novato en tratos, pues hoy os dejo el legado más bello que se puede ceder: el alma obcecada con mi traje, mal bajío, del día en que te vi llegar. El traje nuevo destrozado, del día que te vi marchar.

Aunque jamás leas estas líneas, de todo el fulgor que tiñe de rojo mi sangre, te llevaste más de una tajada. Y que con esa sangre se escribe hoy esta historia.

Y de los demás muertos, nunca quise saber nada.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Disparar al enemigo

Me fuí, como se va la primavera: dando por culo.
Me enredé, como hacen los mosquitos. Una telaraña más que cortar.
Me aprendí, como se aprenden los mapas y dibujé astrolabios lejos de ti.
Me harté, como se harta la Luna de la noche: sin dinero, sin abrigo, borracho.
Decidí morderme en cada paso, tirarme en cada ventanal abierto.
Encontré felicidad, lejos de tus serpenteantes movimientos.
Abrí en canal todo lo que olía a tus recuerdos:
presenté mi dimisión al edil de tu ausencia.
Y me soñé que despertaba, saltaba por la ventana y me estrellaba
contra mi impaciencia.

Y es que no todo lo que tuviste fue real. Ni todo lo que tocaste fue transparente.
No busques explicación, no la hay. Nunca fui de nadie.
Que el maquillaje de mi cara sólo esconde máscara tras máscara. Yo soy fruto de lo que viví.
Yo soy el reflejo del cristal quebrado, del agua de lluvia en mitad del mar.
Como otros mas: molinos en barrancos, sin que el viento le llegue a tocar.
Comprendí que la forma correcta de hacerlo, es a mi manera
y que prefiero escribirlo, a callarlo y que me duela.
Y me duele, el castigo de la semi ausencia de un remilgo, 
y pagar por cobarde ante esa osadía.

Y ahora que todo lo que toco en la noche soy yo,
que desafino y que me afilo en el filo de la navaja de otro cuerpo de mujer.
A fin de cuentas compartir es más que eso y en el maltrecho cerco que envuelve a mi alma
descubro poesías prosaicas traídas de otro momento, venido a menos.
Estallo contra el papel como lo hacen los grillos al anochecer,
como hacíamos con nuestros cuerpos cuando tocaba querer.
Ahora que no toca, que el vaso se ha colmado de calma,
ahora que el tiempo se detiene y que nadie escucha mis gritos,
ahora que el lamento de mis quiebros se queda en mis suspiros,
yo aquí lo digo y lo firmo:
Yo y sólo yo, soy el enemigo.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

De trenes y aviones

Con el empuje de mi locomotora, voy barriendo los días. Empuja la locomotora y aprieto los dientes sobre los raíles, levantando estelas de fuego tras el rastro de los bogies. Y miro al suelo, no me quiero perder el recorrido, no quiero levantar la cabeza, pues si lo hago te veo.
Te veo surcando el cielo sobre mares de nubes carmesí en el atardecer de verano y yo, loco por no poderte alcanzar, araño las vías intentando doblar las traviesas, apagando mi frustración con los fuegos de mi caldera, que late y me mantiene. Y late también la chimenea y todo es azul: me caliento, me enfrío y me desnudo. Me dejo llevar lanzándome contra curvas, balanceándome sobre mi propio peso, porque sé que no te puedo alcanzar.

Tú, que dibujas estelas en el cielo.
Yo, que sueño con imaginar el mar.
Tú, que tienes al viento por pelo.
Yo, que sólo quiero verte volar.
 Y ser el viento que empuja tu rostro,
mientras no paras de sentir la velocidad.
Pero yo estoy pegado a las vías.
Y estos guardagujas, me bifurcan cada vez más.
Un nuevo giro inesperado, una estación que visitar.
Soy el tren que quema los regueros de tinta,
soñando con un día verte despegar.
Y pegarme a ti durante la carrera y comenzar a danzar,
como danzan estrellas en la noche, 
sabiendo que las pueden mirar.

Y mientras en la ruta otra salida se aleja de mi, tú llegarás a otro aeropuerto para descansar.
Porque trenes y aeroplanos, mueven sueños, mueven paisajes, mueven emociones. Porque es el movimiento lo que me mantiene con vida y a la vez nos aleja y nos acerca, manteniendo este pulso macabro que me llena, que me inspira.
Porque quizás hayas vuelto, porque quizás sin aterrizar yo haya despegado. No sabremos nada más de nuestros rostros, porque tú eres del aire y yo... yo no soy de nadie. Somos puntos de no retorno esperando a ser lanzados contra el infinito, de estamparnos contra el tiempo y dejarnos llevar. De doler, de llover, de gritar, ya habrá tiempo, pues estamos en eterno movimiento dentro de este maldito equilibrio caótico-universal. Si los rayos de Sol golpean contra nuestro cristal, sólo tendremos que dejarlos pasar, si es la Luna la que se presenta sin avisar, dejaremos la puerta entornada para olvidar nuestro miedo a la oscuridad.
Y mientras tanto, de estación en estación, yo recuento los días que hacía que no te besaba, papel con tinta, los arranco del calendario y lo uso como combustible, siendo mi vida el comburente, pidiéndote perdón mientras me abraso, por haberte dejado volar, por no haberte podido atar. Por dejar que fueras libre, libre y nada más.

lunes, 13 de mayo de 2013

La calma

Juró deshacerse del edén en cuanto pudo. Cogió la maleta vacía, con dirección a ningún lugar y se dejó llevar.
Y voló. Se fue. Se esfumó. Como el humo de cigarro tras unos labios, como el viento tras la tormenta. Se marchó, con su aire despeinado, porque la lluvia la trajo hasta mi. Porque fundió su piel en la maraña que tejen las gotas de mi mente. Porque me dio su beso eterno bajo la cálida caricia del cristalino elemento y el fulgor que nació del rayo que nos unió. Todo ello, final y principio. Destino irrefutable del ente que nos separó. Tiempo. Silencio. Calma. Su ausencia.
Se deshizo del edén cuando pudo. Y yo, manzana podrida, vistiendo otoños bajo papeles secos. Preso de la soledad, de su soledad. Prisionero de su pérdida. Temeroso de su olvido, yazco aquí perdido, pues aquella tormenta de verano, no volverá jamás.
Ahora sólo quedo yo.
No puedo descifrar, dónde quedaste tú. Dónde quedó tu melena al viento, tu escudo desdeñado, tus ganas de hacerme acelerar. No comprendo dónde están ahora. No lo comprenderé jamás.

martes, 4 de octubre de 2011

La Ultima Estacion II

Mi vida en imágenes es el lienzo en blanco que está aun pintándose.

Lo pinté con grises despedidas, que poblaron con sus nubarrones los paseos de mi razón. Que encharcaron con sus tormentas los huecos nimios donde ya nadie pasea, pues se marcharon. Ahora cada avenida, está poblada por muebles viejos que la vida allí dejó. Ellos son el andén, donde pueblan las lágrimas. Ellos se quedaron atrás, agitando sus blancos pañuelos al verme pasar, transportando las maletas de mi gris sonrisa.

Pinté también con azules recuerdos, como el cielo en una tarde de verano, todo lo que en su día se hizo y se dejó caer de mis labios al suelo. Todo lo que en su día trabajé. Con cada gota de cristal derramada, pinté castillos de arena (azules, claro) que yo mismo derruí. Pues hallé la paz en otro mar o simplemente me apetecía sumergirme en lo más profundo del más perdido océano. Cada persona, cada aliento que no se convirtió en gris, permanece flotando dentro del zafiro que guardo con cariño en la caja fuerte de mi memoria. Construí sobre mis baldosas azuladas una infraestructura celeste sobre la que se sostienen los raíles de mi vida, está situada en el centro del lienzo.

El violeta lo reservo para los días. Es la distancia recorrida y la que todavía está por llegar. La que me regala los frutos entre el espinado zarzal del trayecto. El color del atardecer en invierno. No hablo de inviernos crudos, hablo de inviernos que son felices, que huelen a tierra mojada, mientras salpican a la cara los rayos del Sol poniente. Avanzando boquiabierto, avanzando sin parar y con los ojos bien abiertos, sobre estos raíles que coloco sobre la infraestructura anterior. Es la distancia que me separa de los ojos que se llevarán mi vida. El tiempo que me queda hasta que el reloj decida. El calendario no indica la longitud del tramo, sólo indica que sigo en el camino y en la dirección correcta.

Lo pinté con verdes esperanzas vanas, como palabras inconsistentes de papel, atrapadas en un remolino de aire caliente. Pero también aparecen en el cuadro esmeraldas duraderas: lo que nunca se pierde, lo que da sustento al desarraigo de la desesperación. La percepción del mundo como algo que se puede cambiar. Algo tan verde que un campo de albahaca parecería descolorido. La lima con la que aderezar el cóctel de sensaciones que me acompañan. El frondoso bosque, atravesado por un puente invisible al que sólo se puede llegar si se salta, sólo si sabes que aunque caigas puedes volverte a empezar. Son de ese color las traviesas que jamás se quisieron despegar de la vía. El eje del raíl. Que huele a hierba recién cortada.

Pinto ahora de un electrizante amarillo las palabras. Las palabras que emanan de mi boca, las que dibujan a maza y cincel mis manos. Las que rozan mis oídos con sonidos transparentes, cristalinos, etéreos. Que explotan en los vuestros como el big bang. Las palabras que nacen de mi cabeza y no me atrevo a decir. Las que digo sin pensar y no me atrevo a meter en la cabeza. Las que me callo, las que me hacen callar. El mundo se mueve por esto. Por querer comprenderlas, por intentar hacer algo más. Usarlas para comunicar, transmitir, sentir, pensar, reflexionar. Son la energía, son el canal. Ellas irán surtiendo de electricidad cada palmo de la vía. No hay nada tan poderoso, pues lo único que se le asemeja en poder es el amor, y amor es, al fin, una palabra. Un verbo incorrecto puede hundirte, un adjetivo cuadrado puede elevarte al infinito. Sin ellas no podría concebirse algo así. Las mismas herramientas que agarro y plasmo en papel, pues me ayudan a volar, son mi motor y mi combustible. Mi fuente de energía. Amarillo es ácido, es limón cuando quiere escocer en las heridas. Es vainilla cuando quiere endulzar la mesa. El abanico más grande de emociones intensas.

Los postes que sujetan los cables son de color naranja. Impasibles al tiempo. Inamovibles, como titanes, realizando el estoico esfuerzo de aguantarse en pie día tras día. Reconozco en ellos los pilares en los que se sostiene y da forma a todo aquello que brota de mi mente. La inspiración que viene de la música que llevo grabada en la piel, de una conversación, de una sonrisa, de una frase en una pared. Del sentimiento. Me ayudan a acercarme un poco más a las palabras. Me aportan quietud después de ir corriendo a un ritmo frenético por la vida. Me paro, observo. Con los ojos como platos contemplo la panorámica del mundo, sin dejar de saborear cada gota de aire que respiro. Unos sutiles golpes en mi cabeza, para cerciorarme de que la información ha entrado de forma correcta y a proseguir corriendo hasta el próximo poste. Hasta que encuentre algo que me haga parar, algo que haga que se me erice la piel, que se me exciten todos y cada uno de mis sentidos. Puede ser una canción o pueden ser dos ojos. La inspiración no entiende de formas, pero la necesito para formar el mundo. Es el azahar cuando brota en primavera. Y es una primavera tan increíble, que a veces aparece en pleno otoño, cuando todo es caduco y marchito.

Por último, el medio de locomoción: un tren. Un cálido y rojo tren. Simboliza mi vida y no podría funcionar sin nada de lo anteriormente dicho. Unos vagones que serpentean por los raíles violetas, como una bicha en medio de un lago. Descosiendo telarañas traídas del fondo del mar a mis cristales. Me lleva hasta nuevas estaciones, donde hay gente que sube para quedarse. Otros se quedan en el andén, con sus maletas llenas de lágrimas y rencores. Por suerte nunca me quedo vacío, pues la vaciedad hace que me atasque, que me quede colgado en mitad de la nada. Insostenible, completamente falto de virtud, como esas sonrisas de la gente vacía que nunca viajará aquí. Cercenar el olvido de la distancia. A cada paso que doy noto estar más próximo de la última estación. Y a cada paso que daré, pues aunque no esté escrito, lo estará si me llena, si consigue convertirse en algún poste en mitad de mi camino. Si se torna sentimiento, si hace olvidarme de todo. Una burbuja perdida en las entrañas de la felicidad, que me atrape, que me aísle. Que me haga contemplar la belleza encerrada en una tormenta de cuchillos.
Cuando viajo de noche, cuando estoy atrapado entre tinieblas. Cuando la luz no llega al final del túnel, en ese mismo instante, mi alma brilla. Brilla tan intensamente que hasta el Sol parecería apagado de estar en frente. Brilla tanto que fundiría los plomos del abismo del adiós, atravesaría cada rincón, cada lugar. Sólo para deslumbrarte a ti, sólo para que me vieras pasar. Porque sigo el camino. Y lo sigo tan deprisa, que hago tambalearse los cables de alta tensión. Y disparo palabras. Disparo para esculpir sonrisas, para hacerme feliz. Para hacer brillar a los demás, tanto o más que yo. Porque la gente brilla es la única que sigue con vida, la única que vive para viajar entre andén y andén para volver a saltar.
Me mantengo recto gracias a las traviesas, mis esperanzas de que tarde o temprano, en algún andén, ella esté aguardando. Con el pelo suelto y la mirada redonda. Con el alma salada y miel en los labios. Con la piel cálida, cálida como el Sol del invierno. Y que al parar, se acerque y diga: "ábreme la puerta" y al entrar, me haga resplandecer y querer que el mundo se pare por un instante. Saborear su olor. Y seguir, porque no todo acaba aquí. Porque a veces el pavimento no está pulido del todo y recaigo en algún momento anterior. Pero pienso que se quedó atrás porque no es bueno quedarse quieto. Si me quedase, no podría estar en los lugares en los que he estado, estoy y estaré. Porque si mañana me marcho, tú no te olvidarás de mi y, yo de ti tampoco. Me esfuerzo en dejar huella en todas las paradas que hago. Me mueven sentimientos, porque probablemente la pasión sea la que me acelere demasiado, pero... ¿a quién no?

Y sigo aquí, desterrando las despedidas,
mientras guardo los recuerdos en cajas de cristal,
que llenan mis días, que me hacen respirar.
Enterrado en un mar de esperanzas,
buscando las palabras mudas
que brotan de la inspiración.
Y el tren se mueve, porque está lleno de color.
En este trayecto largo y efímero de la vida,
sigo en el camino para ver salir el Sol.
Y el Sol que sale para verme partir un día más.
En busca de cobijo, en busca de calor.
Para llegar hasta ti, para llegar a la ultima estación